lunes, abril 04, 2005

VIII. La afrancesada Charlotte

Me comentan de una clínica odontológica universitaria. No sé si será buena, tampoco me lo cuestiono. Simplemente voy porque me han dicho que es barata, que los estudiantes de odontología de esta Universidad son por lo general buenos muchachos. Y no me cuestiono nada, simplemente dejo pasar los días, y una buena tarde de invierno me aparezco por ahí, saco cita, y me dedico a esperar.
La chica que me va a atender (creo que me va a atender) me hace pasar a un consultorio pequeño, donde hay una silla. Luego hace que me siente y pide que abra la boca.
- ¿Ha sufrido algunas molestias?
- ¿Molestias? -balbuceo, todavía con la boca abierta.
- Sí molestias...
La practicante me incomoda. Me toca la cara de manera escandalosa.
- ...ya sabes, molestias.
- Bueno -empiezo- me hicieron una endodoncia hace un tiempo, pero no me pusieron...
- ¿Un torniquete?
- Sí.
- ...y una corona.
- Eso.
La practicante ha dejado mi boca en paz y se dedica a escribir.
- Su nombre...
- Charlotte.
- ¿Charlotte?
- Aja.
- Charlotte qué...
- Nolteus...
- ¿Nolteus?
- Con una ene, ya sabes. Se escribe como suena.
- Okey.
En seguida me pregunta:
- ¿Hace cuanto tiempo te hicieron esta endodoncia?
- Hace una año. Fue como a mediados del año 2000.
- Okey.
- No lo seguí porque tuve que viajar. Yo vivo en el Cuzco, ¿sabes?...
- Ah -exclama.
La joven practicante tiene el cabello negro. En seguida dice:
- Cuzco es lindo.
- Sí, muy lindo.
Me siento ofuscada. Todavía no puedo aceptar que no vivo más en el Cuzco.
- Charlotte... -dice- ¿haz sentido alguna caries, te ha dolido algo?
- Sí. Todos. Soy muy maricona. Nunca voy al dentista... -miro con tristeza el techo y digo- espero que no me tengan que sacar algún diente o algo por el estilo.
- Mmm, no lo sé.
Me estremezco.
- Escucha -la joven practicante vuelve a clavar sus ojos negros en mí- tengo que sacarte una Historia Clínica...
- ¿Qué?
- Espérame aquí.
La chica se para y se va.

Las sombras de los días hacen que me acuerde de Milagros, hace algunos años, en una Academia horrible donde enseñaba literatura a chicos gordos y fofos a quienes no les interesaba nada. Recuerdo alguna noche saliendo de clases (una noche fría, antes del examen de admisión) cuando Milagros me abordó sonriendo y dijo un par de cosas sobre alguna tontería que no entendía y se hizo la estúpida.
Yo le dije:
- Vamos hija, mejor duerme. Mañana va a ser un día muy largo.
Pero Milagros me miró con una mueca extraña. A Milagros nunca la había tratado bien y no había motivos para que ella me hablase de esa manera aquella noche. Me miró (no sé si era una mirada fingida o de perra en celo, ya no lo recuerdo) le dije que iba a tomar un taxi. En seguida agregué:
- ¿Estás esperando a alguien?
Negó con la cabeza. Tenía una mueca en la cara (era una expresión agridulce). Le pregunté si quería que la acerque a su casa o algo.
- Bueno, está bien...
Paramos un taxi. Ambas fuimos atrás.

La joven practicante dice:
- No... no... no... esto está muy mal.
Debo confesar que yo ya estoy acostumbrada a que la gente me deje. No puedo soportar nada. La joven practicante dice que me quede quieta, que abra más la boca.
- Tienes la boca de una niña -me dice.
Toma con una mano una regla, me pide que abra lo más que pueda mi boca y mide la longitud vertical de la abertura que formo. Me siento algo tensa. Tengo miedo de que mientras me toque la boca y me hable yo toque sin querer su cuerpo y la decepcione.
Intenta no hacerme daño pero sigue cavando y hurgando el interior de mi diente cariado, todavía sin aquellos guantes de plástico mientras no deja de repetir:
- No... no... no... esto está muy mal.
Lleva una cosa que le cubre la parte inferior de la cara y apunta cada diente cariado en una hoja de papel donde está dibujado cada diente. Y marca con un lapicero rojo cada caries. Me siento algo estúpida.
Ella me pregunta:
- Cómo clasificarías tus dientes en general...
- ¿Qué opciones hay?
- Hay muy buenos... buenos.... regulares... malos... muy malos...
Lo pienso poco.
- Muy malos -le digo.
La joven practicante sonríe:
- No están TAN mal.
- Claro que sí, están llenos de huecos...
Lanza una carcajada.
Estoy echada en una silla reclinable con aquella luz tan molesta a la altura de la boca. Estoy al final de una hilera de diez sillas en una especie de salón de clases con piso de mayólica y aire acondicionado al máximo. Atrás mío hay como otras cinco silla más. Algunas están ocupadas, otras no. Eso hace un total de cincuenta sillas en toda la Sala 4, donde la joven practicante hurga sin compasión un diente muerto y dice:
- Creo que tendré que extraerlo.
Me encojo en la silla.
El frío de la Sala 4 hace que mis pezones duelan y no llevo sostén (yo nunca llevo sostén) miro con tristeza la sala. La ventana. La tarde. Junto a mí, un joven de barba asquerosa está anestesiado, tiene las pupilas dilatadas. Otro joven practicante le hace una endodoncia.
La joven practicante se detiene. Lleva puestos los guantes de plástico y dice:
- Extracción. Es más entretenido y más barato.
Me pongo de pié. Tengo puesto un estúpido babero verde de papel. El chico de las pupilas dilatadas me mira. No puede sonreír porque tiene la muela aislada (o sea que le han puesto una especie de plástico alrededor y no puedo ver otra cosa que no sea su muela) y yo sé que eso duele.
La joven practicante me lleva al patio para que pague la extracción. Son quince soles. Salvar el diente con una endodoncia costaría cincuenta soles más.
- Es más entretenido y más barato -repite.
- Sí, claro...
Planeo huir. Casi tengo un plan. Sin embargo, correr significaría despertarme del todo y no quiero que la joven practicante (aquella mujer de cabello negro, tan metida en lo suyo) se distraiga mirándome correr como una loca por el pequeño patio de la clínica Universitaria donde trabaja. Además, no llevo sostén. Y debo parecer una horrible escritora en busca de algo bueno con qué llenar su terrible existencia y su falta de imaginación ante todo.
Me toca pagar.
- Son quince soles -me dice alguien al otro lado del espejo.
- Aquí tiene.
Saca una especie de factura y lo sella.
- Ya podemos ir.
Miro con tristeza a la joven practicante. Lleva un lapicero amarillo colgado en el cuello. Le digo que no quiero que me saque la muela. Ella dice que entiende mi pena.
Volvemos a la Sala 4 y me hecho como todos los demás a esperar que los practicantes de odontología hagan su trabajo. El profesor encargado de la Sala 4 es un señor guapo de cabello blanco. Le da unas cuantas indicaciones a la joven practicante y me miran.

Milagros dice que tiene unas ganas horribles de besarme. Lo dice así:
- Tengo una ganas horribles de besarte...
Vamos rumbo a Miraflores por la avenida Benavides. Creo que su casa queda en una esquina. El taxista tiene la radio prendida y suena algo que no escucho bien porque Milagros se me ha acercado tanto que casi puedo sentir el calor de su cuerpo junto al mío. Me pide que lea un poema que ella escrito (y es extraño que Milagros me pida algo así) y yo leo palabras como: vagina, ganglio, cuello uterino, clítoris. Etcétera.
Entonces decido seguirle el juego.
Le digo que el poema está excelente, y Milagros dice que habla de su masturbación. Que no piense mal, que ella nunca se ha interesado por alguna chica (una mano ha rozado mi pierna derecha) y la escena se vuelve extraña. El taxista mira la calle sin interesarse por nada en el mundo, y Milagros se acerca aún más.
Dice que no ha estudiado nada. Que el examen de admisión le importa poco. Que le gusta mucho mi perfume.
Habla de un chico, Marcel, que según ella es un completo idiota.
Y yo me río.
Finalmente, Milagros dice:
- Tengo unas ganas horribles de besarte...
Y yo la beso.